Dos Figuras Antagónicas en la Obra de James Fenimore Cooper [Two Antagonistic Figures in the Work of James Fenimore Cooper]
Placed online at the request of the family of the late Prof. Dr. Viñuela Angulo.
Originally published in Revista Canaria de Estudios Ingleses, Universidade de La Laguna, Vol. 6, April 1983.
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Abstract
In this paper a comparison is made between the gentleman and the demagogue. And it is made within the American context and, specifically, in J. F. Cooper’s book The American Democrat. In his firm belief that American society needed the gentleman as a liberal defender of the established achievements, who must slow down the changes which could jolt the evolving American nation of his time, J. F. Cooper defends him in opposition to the figure of the demagogue. For the gentleman, all men are equal before God and the law, although he recognizes that Nature has given each man his own “gifts”; Cooper understands that these ideas, instead of being in opposition, complement each other and form the basis of American democratic society.
El gentleman y el demagogo son dos figuras recurrentes y centrales en las diversas obras escritas por este prolífico autor norteamericano. La figura del gentleman ocupa un papel preponderante en la obra, en la vida y en el pensamiento de J. F. Cooper, pues todos sus esfuerzos están encaminados a la exaltación y defensa de este personaje histórico y literario a la vez. El gentleman encarna en su persona un cúmulo de virtudes que le convierten de inmediato en un elemento esencial de toda sociedad civilizada, y su influencia es siempre benefactora, al mismo tiempo que su ausencia acarrea un sin fin de males para aquella nación que se ve privada de él. Este personaje es un modelo, un prototipo que establece las normas por las que han de guiarse los demás miembros de la sociedad. La idea de gentleman que Cooper preconiza está presente de una forma sistemáica en su extensa obra, pero The American Democrat es la que contiene menciones más numerosas y, en consecuencia, la que facilita la tarea de alcanzar una definición adecuada y precisa de este término. Precisamente el verdadero demócrata norteamericano es el gentleman.
El gentleman debe poseer unas características propias que le distingan de otros grupos o clases sociales, y esas mismas características harán posible su existencia y delimitarán su función en la sociedad en la que está integrado. De entre todas ellas destaca una cualidad fundamental que le define y en torno a la cual giran todas las demás: su liberalidad. El gentleman, en su sentir, en su pensar y en su obrar es un gran liberal; un hombre de una gran amplitud de miras y conocimientos, y libre de los prejuicios a los que se ven sometidos gran parte de sus compatriotas.
Liberality is peculiarly the quality of a gentleman. He is liberal in his attainments, opinions, practices and concessions. He asks for himself, no more than he is willing to concede to others. He feels that his superiority is in his attainments, practices and principles, which if they are not always moral, are above meanness, and he has usually no pride in the mere vulgar consequence of wealth. Should he happen to be well born, (for birth is by no means indispensable to the character,) his satisfaction is in being allied to men of the same qualities as himself, and not to a senseless pride in an accident. 1
La versión que Cooper nos ofrece del gentleman dista mucho de las connotaciones con las que tradicionalmente se había asociado a este personaje, ya que en este momento ha dejado de existir como una figura histórica que recibía y disfrutaba de su condición privilegiada de una forma indiscriminada. El grupo de los gentlemen que Cooper defiende no pierde su condición de minoría selecta, aunque deja a un lado sus privilegios de casta cerrada con los que había sido asociado hasta aquel entonces.
El objetivo más importante que ha de orientar e impulsar todos los actos y esfuerzos de los componentes de este grupo no ha de ser otro, sino la búsqueda y divulgación de la verdad. Desde su regreso de Europa, Cooper hace de este fin el centro de su actividad diaria. En la introducción a The American Democrat se lamenta, como ya lo había hecho anteriormente, 2 del retraimiento y la apatía de esta clase dirigente. 3 En su opinión, es precisamente en este momento cuando más necesaria es la divulgación y defensa de la verdad. Las crisis y las transformaciones por las que el pueblo norteamericano está pasando le pueden llevar a su propia destrucción, por lo que las obligaciones y deberes morales del gentleman son mayores en este momento que en cualquier otro de los que ha vivido la sociedad norteamericana. El cumplimiento de esta misión le diferencia claramente de los oportunistas que buscan en el caos y la confusión presentes su propio beneficio, al mismo tiempo que le hace acreedor del apelativo de patriota.
Llevado por su carácter liberal, el gentleman se convierte en un juez imparcial y honesto, pues la validez de sus enseñanzas y juicios emana de su profunda independencia. La verdad no puede proceder de doctrinas partidistas, ni de rumores infundados, sino de la meditación del hombre libre de las consignas de los partidos. La honestidad es una cualidad esencial en el gentleman, que se convierte en su don más preciado. El mismo Cooper se esforzó por llevar a la práctica este requisito fundamental. 4 Sus escritos, sobre todo sus cartas, contienen numerosas referencias al hecho de que su labor y su obra estuvieron siempre presididos por esta estimable virtud. 5 Sus litigios con la prensa, sus críticas al provincialismo de sus compatriotas, su actitud ante la política de los dos partidos, especialmente el Whig, son clara prueba de su honrada imparcialidad. Cooper, por lo tanto, no se limitó a exponer en abstracto el código por el que debía regirse todo gentleman, sino que procuró cumplirlo personalmente en todo momento.
Todas estas características y fundamentalmente su carácter liberal le llevan a reconocer un principio básico de igualdad entre todos los hombres. Para el gentleman todos los hombres son iguales ante Dios y ante la ley. A sus ojos todos los hombres poseen unos derechos políticos y civiles que son avalados por la fuerza de la ley y refrendados por la doctrina cristiana. Sin embargo, este principio de igualdad se ve profundamente limitado en el orden social, dado que pretender una igualdad social total es contravenir las leyes de la naturaleza misma e incluso amenazar seriamente la existencia y evolución de toda sociedad civilizada. Cooper se rebela en numerosas ocasiones contra la afirmación frecuente en sus días según la cual “one man is as good as another”, 6 y que tiene su origen en una falsa interpretación de la idea de democracia.
La naturaleza, en su opinión, ha creado una pluralidad de criaturas, cada una de las cuales está dotada de unas cualidades y características propias. El hombre es una de ellas, y la disparidad de sus dotes da lugar a una desigualdad evidente. Al igual que Natty Bumppo, el gentleman defiende la idea de que cada hombre posee sus propios “gifts” o cualidades que delimitan su personalidad y le diferencian de los demás, dado que “One man has higher tastes, more learning, better principles, more strength, more beauty, and greater natural abilities than another”. 7
Por otro lado, si la desigualdad social desaparece, el progreso resulta imposible, puesto que la civilización es producto de las diferencias sociales. Dado que es inviable el proyecto de elevar a todos los hombres a las más altas cimas de conocimiento, se deduce fácilmente que, en una sociedad democrática y plenamente niveladora, la única solución posible sería hacer descender a los más capacitados a un estado de absoluta mediocridad. ¿Cuál sería el resultado de esta situación? No sólo el estancamiento histórico, sino principalmente la vuelta a un estado de barbarie. En una sociedad en la que sus miembros se dedicasen únicamente a satisfacer sus necesidades primarias, o incluso a la simple acumulación de la riqueza, no habría tiempo para el pensamiento, ni para el cultivo de las artes o las ciencias. En consecuencia, sin los gentlemen toda sociedad se estanca o, lo que es peor aún, retrocede.
Finalmente, la naturaleza, por su parte, no mantiene la igualdad entre los hombres indefinidamente ni, menos aún, indiscriminadamente. La clase integrada por los gentlemen no forma una casta cerrada, dado que sus miembros no acceden a ella mediante unos privilegios independientes de la capacidad de cada individuo. La primogenitura no es un sistema justo, sino que contradice el orden natural, y da lugar a unas diferencias sociales totalmente artificiales, por estar asentadas en la preservación de los intereses concretos de una clase determinada. Inglaterra era, en opinión de Cooper, un ejemplo claro de ello, y gran parte de sus numerosos ataques contra esta nación tienen su origen en la persistencia de estas injustas desigualdades.
¿Dónde se encuentra el punto de incidencia entre la igualdad y la desigualdad? o, en otros términos, ¿cómo es posible conciliar estas ideas contrapuestas? Para Cooper no son opuestas, sino que, por el contrario, se complementan. La igualdad sólo tiene validez en el orden político, legal y religioso, y representa una igualdad de oportunidades, que ofrece a todos los miembros de la sociedad la posibilidad de desarrollar al máximo sus capacidades. La afirmación “a man is as good as another” sólo resulta comprensible en este campo de acción. Más allá de estos márgenes ya comienza la desigualdad social, pues resulta imprescindible para la preservación de la primera, y el gentleman es la piedra angular en la consecución de este equilibrio.
Desde el momento en que el gentleman reconoce los derechos de los demás y es consciente de sus funciones y obligaciones en la sociedad, exige, en contrapartida, el respeto a su individualidad y a su vida privada. La sociedad para Cooper no es un ente abstracto, muy al contrario de lo que sucede con el demagogo, que la diluye en el término “people”, sino que es un conjunto, una comunidad de individuos, dotados de unas características propias y con una escala dispar de valores. 8 Si el objetivo de esta sociedad es la consecución de la felicidad tanto personal como comunal, ésta sólo es posible dentro de la libertad y a partir de este punto cada hombre es dueño de su destino y responsable tanto de sus logros como de sus errores.
Por otro lado esta misma libertad individual en busca de la felicidad tampoco puede ser total, pues el individuo no puede situarse por encima de sus deberes sociales, porque se desviaría de su objetivo principal. Este tipo de individualidad sería tan perjudicial para él como para la sociedad en la que vive.
An entire distinct individuality, in the social state, is neither possible nor desirable. Our happiness is so connected with the social and family ties as to prevent it; but if it be possible to render ourselves miserable by aspiring to an independence that nature forbids, it is also possible to be made unhappy by a too obtrusive interference with our individuality. 9
La solución se encuentra una vez más en un término medio en las relaciones entre el individuo y la sociedad. Para el buen desarrollo de la comunidad ninguno de los dos ha de excederse en la exigencia de sus derechos con el fin de evitar interferencias. El gentleman, sin embargo, constituye una minoría en el sistema democrático norteamericano deseado por Cooper y, debido a sus capacidades personales, se ve obligado a velar por el mantenimiento de este orden, pero en una sociedad democrática su integridad puede verse fácilmente amenazada, dado que el poder no está directamente en sus manos. Por ello su misión es doblemente importante y difícil a la vez, en comparación con un sistema aristocrático como, por ejemplo, el inglés. Estos son, en definitiva, los hombres ideales por los que Cooper abogaba, los “Aristoi”, los mejores de entre iguales. Desde sus primeras obras hasta las últimas, en ninguna de ellas dejan de estar presentes. Son hombres que conviven con sus compatriotas, como el juez Temple en The Pioneers, que luchan por sus derechos sin negar los de los demás, como Edward y John Effingham John Effingham en Homeward Bound y Home as Found, que buscan un equilibrio, como Mark Woolston en The Crater o defienden la justicia, como T. Dunscomb en The Ways of the Hour.
Teniendo en cuenta la exposición anterior de las características del gentleman se corre el peligro casi inevitable de ver en ella un sinónimo de aristócrata; el mismo término “Aristoi” puede conducir fácilmente a esta errónea interpretación. Muchos contemporáneos de Cooper llegaron a ver tal similitud entre ambos que no cesaron de criticarle por ello. En un país que había sufrido una revolución y se encontraba en plena ebullición, era lógico que surgieran estas suspicacias, y cualquier referencia a unas diferencias o a unos “privilegios” en favor de un grupo de individuos era contemplado con gran recelo. Sin embargo, Cooper admitía las primeras, sin que por ello dejara de rechazar los segundos. Para él el gentleman no es un aristócrata en el sentido estricto de la palabra. Su vida y su obra son un vivo testimonio de su desconfianza hacia todo lo que representara un privilegio. De su padre, en especial, había heredado la idea de que el hombre es dueño de su destino y digno únicamente de los méritos derivados de su esfuerzo y de su trabajo; toda prerrogativa que tuviera un origen diferente no era digna de consideración por su parte. Por otra parte, una sociedad democrática como la norteamericana no permitía la formación de una clase con un poder como el que era propio de toda aristocracia.
La idea que Cooper tiene de la aristocracia como clase es totalmente negativa. A diferencia del gentleman, los derechos (privilegios) de esta clase social proceden exclusivamente de la herencia ininterrumpida, pues sus miembros nacen con ellos, sin que su capacidad se vea sometida a juicio alguno. De generación en generación se van transmitiendo títulos y prerrogativas, formándose así un círculo cerrado mediante alianzas y matrimonios, y de esta suerte los aristócratas van tejiendo una tupida red mediante un control férreo del poder por su parte. Este es precisamente el segundo aspecto que le diferencia del gentleman y, de hecho, es el más importante, pues de él emanan todos los demás. El aristócrata se sirve del poder político y lo detenta para buscar únicamente su propio beneficio. 10 De todas sus novelas, The Bravo es la crítica más directa contra un gobierno aristocrático. En ella Cooper va destilando todo su recelo hacia los dirigentes de la mal denominada república de Venecia, donde la justicia es propagada, pero nunca cumplida, donde una casta se ha adueñado del poder, y se vale de él para asegurar su permanencia.
El gentleman es la antítesis del aristócrata. Sus gustos y costumbres pueden tener algunos puntos en común o muy cercanos, pero tanto sus medios como sus fines son radicalmente opuestos. El aristócrata es el demagogo de las monarquías europeas, que con sus halagos ciega al rey o con su poder lo amedrenta. Por el contrario, el gentleman es el auténtico demócrata, porque sólo en un régimen democrático puede subsistir. Es necesario, pues, distinguir los términos para no confundir las ideas y principios que inspiran la conducta y la vida de clases tan dispares, a fin de no aglutinar en una sola unidad a quienes son diferentes. El aristócrata, y no el gentleman, es la verdadera amenaza, no sólo para los sistemas oligárquicos, sino principalmente para la democracia norteamericana.
De las diversas funciones que atañen al gentleman hay tres que resultan especialmente significativas, pues en ellas se resume su cometido esencial. Debe ser, en primer lugar, un líder, no tanto en el sentido político como en el social. Sus conocimientos, sus costumbres, sus gustos e ideas, su vida en general, deben marcar una pauta y ser un punto de referencia para los demás, que se aproximarán más o menos a él según sus capacidades personales. Su experiencia y conocimientos son superiores y, cuando debidamente empleados y recibidos a la vez, son doblemente beneficiosos. Aunque la función del gentleman no es esencialmente política, ello no significa que deba excluírsele de ella. Puede ostentar cargo político, y sus cualidades le capacitan de forma especial para ello. En los momentos de crisis y transformaciones profundas (y los años que le correspondieron vivir a Cooper deben ser catalogados como tales) es cuando resulta más necesaria su presencia. Mark, en The Crater, es el ejemplo más claro de las dotes de mando que suelen rodear al gentleman, que tienen su origen en su experiencia y conocimientos. Mark abarca la agricultura, la astronomía y la geología, y gracias a ellos consigue crear una incipiente vegetación en un suelo que antes era completamente estéril, logrando subsistir. El naufragio, su vida solitaria y, finalmente, la grave enfermedad que padece le someten a un proceso de purificación, del que saldrá un hombre nuevo, no tanto físicamente, como moral e intelectualmente. Todas estas experiencias le convierten en el líder indiscutible, cuando la nueva comunidad precisa de un gobierno y, por ello, de un gobernador.
La segunda función que el gentleman ha de desempeñar entraña una enorme dificultad y está íntimamente unida a la primera. Debe constituirse en un freno que contenga los desmesurados anhelos de cambio por los que la sociedad norteamericana está pasando, y dotar a ésta de la estabilidad necesaria para que sus deseos de progreso sean viables y provechosos. La clase de los gentlemen, muy al contrario de lo que pensaron los contemporáneos de Cooper, no se opone al cambio, no es un grupo anquilosado en el pasado, pero se resiste a las transformaciones incontroladas, sin objetivo alguno. La diferencia entre ellos y los nuevos defensores del pueblo reside en el hecho de que los primeros son herederos de un rico pasado, mientras que los segundos carecen de él. Familias como los Effingham, en Homeward Bound y Home as Found, o los Littlepages, en la trilogía del “Anti Rent” (Satanstoe, The Chainbearer, The Redskins) han ido acumulando unos valores de los que carecen hombres como S. Newcome o A. Bragg. El rápido crecimiento de la población, el incremento de las actividades comerciales e industriales, y la constante especulación que rodea a la nueva sociedad expansionista dificultan su labor estabilizadora, pero, según Cooper, son ellos los únicos capacitados para orientar todo este potencial de progreso y para evitar que se convierta en una fuerza destructora. Son ellos los encargados de recordar a sus compatriotas que sólo dentro del respeto a las leyes y a las instituciones establecidas puede darse el cambio que ha de llevar al asentamiento de una sociedad civilizada.
El gentleman, finalmente, ha de ser el guardián de los logros conseguidos. Esta última función viene dada por la naturaleza de la democracia como forma de gobierno y por la de la raza humana en última instancia. Ninguna de ellas es perfecta, de donde se deduce que pueden ser objeto de corrupción. Cooper no deja de insistir en que la democracia no es la panacea universal, que pueda dar solución a todo tipo de problemas, sino que conoce y admite tanto sus virtudes como sus defectos. 11 Un gobierno democrático es preferible a los demás, no tanto por su perfección como por su perfectibilidad; sin embargo los peligros son mayores en él que en cualquiera de los regímenes restantes. Por eso el gentleman debe vigilar, para que los intereses particulares no pongan en peligro el equilibrio sobre el que se asienta la democracia. Sus posibilidades de perfección pueden volverse contra ella, y el gentleman ha de ser un mediador en este proceso de ajustes y modificaciones. En todos sus actos y funciones, el gentleman debe hacer compatibles el pasado y el futuro, buscando un equilibrio entre ambos, para que el progreso sea posible.
La figura del demagogo aparece en la obra de Cooper y en su época como la antítesis del gentleman. Sus características, medios y fines son opuestos a los que inspiran el pensamiento y la conducta de los modelos preconizados por Cooper. Ambos grupos dejan sentir su influencia en la sociedad, cuya evolución histórica será negativa o positiva según las normas a las que se atenga y, desde el punto de vista de Cooper, el peligro más grave y más inmediato que padecía la nación norteamericana era la actitud y conducta del demagogo.
A diferencia de lo que sucede con el gentleman, Cooper no nos ofrece una definición exacta del demagogo, sino que prefiere hacer una descripción de sus características principales que posibiliten su identificación. En primer término, recurriendo al origen etimológico de la palabra, nos indica que el demagogo es “a leader of the rabble”. 12 Si bien es cierto que este significado original ya no se corresponde exactamente con la sociedad de su época, no deja por ello de destacar la principal actividad del demagogo, es decir, la de ser un líder. En este punto coincide con el gentleman, pero en todo lo demás se diferencia de él. El hecho de que ambos compartan esta característica hace más evidente aquellos aspectos en los que difieren, y le permite al autor ofrecer un paralelismo continuo entre estas dos figuras dentro de un mismo escenario; esa exposición paralela le ayuda a resaltar ante el lector la posición irreconciliable de sus ideas y de su proceder.
Si el gentleman se distinguía por su liberalidad, el demagogo se define por su egoísmo. El origen y el fin de sus esfuerzos es siempre su propia persona, aunque todo ello lo enmascara en un interés por sus semejantes que en ningún momento siente.
The peculiar office of a demagogue is to advance his own interests, by affecting a deep devotion to the interests of the people. Sometimes the object is to indulge malignancy, unprincipled and selfish men submitting but to two governing motives, that of doing good to themselves, and that of doing harm to others. 13
Este tipo de hombres, tan despreciados por Cooper, sólo podían desempeñar sus actividades y conseguir sus objetivos dentro de la democracia, pues únicamente en un régimen democrático el poder reside en el pueblo. El demagogo no se alimenta de unos principios legales o religiosos sólidos, sino que su fuerza reside en la política de los números, en conseguir ganarse la voluntad de esa mayoría a la que pretende servir; su éxito depende de su sagacidad y de su capacidad para lograr ver a tiempo las aspiraciones que el pueblo desea ver colmadas, por lo que su lema principal es “to stir people up and to go ahead”. 14
Lo que se esconde en lo más profundo de los sentimientos de todo demagogo es la envidia hacia aquellos que se encuentran por encima de él. Su deseo más ferviente es verse incluido en el círculo de aquellas personas, que por su carácter, educación y condición se encuentran en la cúspide del orden social, pero, al no poder alcanzar esta meta por carecer de estas dotes, sus armas son la calumnia, la mentira y vituperación “the natural resource of those who are weak in truth and argument”. 15 Su objetivo no es nunca la educación de sus compatriotas ni la divulgación y defensa de la verdad, sino, antes al contrario, la mezcla consciente y cuidadosa de mentira y verdad que dificulte la capacidad de discernimiento de sus auditores. Su técnica consiste en romper las barreras que separan lo falso de lo verdadero, lo aparente de lo real para, de esta forma, crear la confusión necesaria que le permita alcanzar sus fines. El demagogo es el “amigo” de todos, y especialmente del hombre pobre, 16 ya que sabe perfectamente que la verdad nunca ha estado ni estará de su parte y que el único recurso a su alcance es ese ente difuso que él concreta en el término “people”, identificándose en apariencia con él y alabando unas cualidades que éste no posee.
El demagogo reúne en su persona, según Cooper, todos aquellos defectos y vicios que un verdadero demócrata debe esforzarse en evitar. En su boca están siempre presentes términos como libertad, igualdad, justicia, etc., pero ninguno de ellos le importan demasiado y, lo que es peor aún, no le preocupa conocer su significado o su alcance auténtico, pues la vida y la sociedad son para él “all means and no end”. 17 El lenguaje del demagogo es un conjunto de sofismas que muy pocos se preocupan de analizar, y sus palabras parecen tener respuesta a todos los problemas que afectan a la sociedad, pero sus argumentos no se basan en la verdad, sino que apelan a los tópicos que puedan satisfacer las exigencias de aquellos que le apoyan. El demagogo es un ser polivalente, sin ninguna medida de la proporción, sin reglas ni normas de ninguna clase, excepto aquellas que pueden ayudarle a conseguir sus fines y, conforme a estas últimas, todo es posible para él, porque “with him, literally, ‘Nothing is too high to be aspired to, nothing too low to be done’”. 18 A. Bragg, en Home as Found, es el exponente más notable de esta característica del demagogo; a lo largo de toda la obra trata de sacar el mayor provecho posible de todas las ocasiones que se le brindan. En su calidad de administrador y consejero de la familia Effingham recurre a todos los medios a su alcance para poder mantener e incluso incrementar sus relaciones con ellos llegando a pretender, al igual que S. Dodge, la integración en el círculo familiar mediante su proyectado matrimonio con Eve. Al mismo tiempo vive en un temor continuo, ya que las tareas que Edward le encomienda están totalmente en contraposición con las exigencias de los habitantes de Templeton, es decir, del pueblo. Cuando comprende que ninguno de sus proyectos es viable, acepta con toda naturalidad su matrimonio con Annette, una sirvienta de la familia, y decide probar fortuna en el Oeste “where Mr Bragg proposed to practise law, or keep school, or go to Congress, or turn trader, or to saw lumber, or in short, to turn his hand to anything that offered”. 19 El demagogo no conoce barreras geográficas, ni sociales, ni morales, pues para él no hay tradiciones que mantener, ni principios que defender, sino solamente medios que puedan satisfacer sus planes.
La conducta de estos hombres es la que define su carácter, pero las causas que impulsan su proceder no son evidentes por sí mismas. El demagogo evita, en todo momento, una exposición franca y noble de sus objetivos. Cooper, en su intento por desenmascarar a estos falsos demócratas, ofrece a sus lectores una relación sucinta de sus principales características.
The demagogue is usually sly, a detractor of others, a professor of humility and disinterestedness, a great stickler for equality as respects all above him, a man who acts in corners, and avoids open and manly expositions of his course, calls blackguards gentlemen and gentlemen folks, appeals to passions and prejudices rather than to reason, and is in all respects, a man of intrigue and deception, of sly cunning and management, instead of manifesting the frank, fearless qualities of the democracy he so prodigally professes. 21
Paradójicamente el demagogo es el aristócrata de la democracia norteamericana, porque detenta y abusa de un poder al que no tiene derecho. Él es el causante de los defectos de los que adolece el sistema democrático y, de esta suerte, el que se declara su defensor incondicional es su mayor enemigo, porque sus teorías e interpretaciones hacen inviables el mantenimiento del orden necesario que posibilite un progreso real y provechoso; el demagogo es, pues, un demócrata de la “impracticable school”. Este mismo hecho se vuelve contra él, dado que le priva de su libertad y de su individualidad; su dependencia continua de la voluntad y la opinión popular le convierte en un esclavo del pueblo, del “common man” surgido durante los años que se ha dado en denominar la “democracia jacksoniana”. De esta forma se crea un círculo vicioso que abarca todas las partes que lo integran y pone en grave peligro la continuidad de la sociedad en la que tales hechos tienen lugar.
La invasión de hombres indebidamente capacitados para desempeñar las funciones a las que creían tener derecho no podía ser admitida por Cooper, que defendía la difusión de la educación como único método eficaz para elevar el grado de civilización entre sus compatriotas. Los nuevos políticos que mantenían la idea de que todos los ciudadanos estaban capacitados para desempeñar cualquier cargo dentro de la vida nacional, no estaban haciendo otra cosa que obedecer a las consignas de sus partidos, para los que los votos eran lo único importante. El “common man” era enseñado a respetar y venerar a aquellos que surgiendo de la nada habían conseguido alcanzar los puestos más codiciados y, al mismo tiempo, a tener como modelos a estos “self made men”.
Esta tendencia tenía su origen principal, aunque no el único, en el desconocimiento que los emigrantes manifestaban de las leyes y las instituciones que regían la vida de los miembros de la nación norteamericana. Su aumento progresivo favorecía los planes de los demagogos, pues veían en estos futuros compatriotas una gran fuerza política que había de admitir sus enseñanzas y explicaciones con mayor facilidad que quienes ya llevaban varios años e incluso generaciones enteras en las mismas tierras. Los emigrantes venían buscando más libertad, una mejor situación social y unos mayores beneficios económicos; todo ello lo engloba el demagogo dentro de lo que él se vanagloria en llamar los derechos del pueblo, sin que por ello se detenga a precisar cuales son esos derechos. Ni él, ni sus partidarios parecen tener tiempo para delimitarlos. La presencia de estas personas y los derechos que la obtención de la ciudadanía norteamericana les confería, producían, en opinión de Cooper, un incremento de la vulgaridad, la ignorancia y la mediocridad. Esta situación no era debida únicamente a la presencia masiva de inmigrantes, sino que las mismas características físicas del país contribuían a ello en aquellos días, dado que la dispersión de la población dificultaba la concentración de hombres capacitados que pudieran contrarrestar esta tendencia negativa.
Dos son las medidas más importantes que han de contribuir a erradicar los peligros que esta situación puede acarrear. Por un lado Cooper insiste en que es preciso ampliar cada vez más los conocimientos de sus compatriotas, ya que, de esta forma, se podrá evitar que el pueblo se deje llevar por el “excitement” y, al mismo tiempo, que sus decisiones obedezcan cada día más a sus convicciones propias y menos a las de aquellos que hábilmente intentan imponérselas. La segunda medida está relacionada con la primera, ya que consiste en eliminar o al menos reducir la presencia de los demagogos en la comunidad norteamericana. Esta tarea debía llevarla a cabo todo el pueblo norteamericano, pero el grupo de los gentlemen eran los encargados inmediatos de contribuir a su desaparición.
La inhibición ante este deber y la pasividad, en ocasiones, tanto del gentleman como del conjunto de los ciudadanos que integraban la sociedad norteamericana eran los principales factores que despertaban los mayores temores en el ánimo de J. F. Cooper, quien, sin embargo, no es un ser anquilosado en el pasado, como lo es su personaje más conocido, Natty Bumppo, sino que en su visión de la sociedad y de la historia norteamericana encuentra cabida un amplio programa de evolución y transformaciones progresivas que tiene como principales protagonistas a las figuras del gentleman y el demagogo. El tiempo y el espacio en que tienen lugar sus distintas obras corroboran la existencia de los primeros, mientras que la presencia de los últimos es una realidad constante desde sus primeras novelas hasta las últimas. Mediante la conjunción de esta doble división Cooper va definiendo y exponiendo su pensamiento político y social, recopilando los acontecimientos más significativos que, a sus ojos, reflejan con mayor claridad los cambios que han tenido o están teniendo lugar en la sociedad norteamericana, y que para él se traducen en la oposición gentleman demagogo. Las desavenencias surgidas entre él y sus compatriotas nunca le alejaron de este paralelismo, sino que, antes al contrario, fortalecieron su firme convicción de que éste era el mejor camino a seguir. Que el pueblo norteamericano eligiese otros derroteros, y que el orden social preconizado por nuestro autor y simbolizado en la figura del gentleman nunca llegase a ser una realidad, no afectó a la consistencia y a la validez de las ideas de James Fenimore Cooper.
Notas
1 Cooper, J.F.: The American Democrat, Penguin Books, London, 1969, p.150.
2 Un ejemplo concreto es su carta dirigida a Thomas Willis White, 7 May 12 June (?) 1834, J.F. Beard (ed.), The Letters and Journals of J. F. Cooper, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1964, vol. III, p.37.
3 Cooper, J.F.: The American Democrat, p.70.
4 En relación con la política de los distintos partidos se define como “a man who is perfectly free from all party connexions, party foolings, or party designs”, en una carta dirigida a William Cullen Bryant and William Leggett, for The Evening Post, Albany, June 12ᵗʰ 1834. J.F. Beard (ed.), The Letters and Journals of J. F. Cooper, vol. III, p.38.
En otra ocasión Cooper mantiene, “I am a democrat not a party democrat, but a real democrat on conviction that it is the best form of government for all countries that are sufficiently enlightened to bear it”. Carta a Micah Sterling, The Hall, Cooperstown, Oct. 27ᵗʰ 1834. J.F. Beard (ed.). The Letters and Journals of J. Fenimore Cooper, vol. III, p.59.
5 Carta a Mrs. Peter A. Jay, March 26ᵗʰ 1827, Op. cit., vol. I. p.209. Carta a Nicholas Gardner Boss et al., Paris, September. 27ᵗʰ 1830, Op. cit., vol. II, p.34. Journal XI, Wednesday, 25 July, 1832, Op. cit., Vol. II, p.281. Carta a William Cullen Bryant and Parke Godwin, for The Evening Post, Op. cit., vol. IV, p.396. Cooper, J.F.: England, Oxford University Press, New York, 1930, p.280.
6 Cooper, J.F.: The American Democrat, p.136.
7 Cooper J.F.: England, p.305.
8 Cooper, J.F.: Notions of the Americans, Frederick Ungar Publishing Co., New York, 1963, vol. I, p.281.
9 Cooper, J.F.: The American Democrat, p.229.
10 Cooper, J.F.: Op. cit., p.120.
11 Cooper, J.F.: Op. cit., p.70.
12 Cooper, J.F.: Op. cit., p.154.
13 Cooper, J.F.: Op. cit., p.154.
14 Cooper, J.F.: Home as Found. Works of J. F. Cooper, Peter Fenelon Collier, Publisher, New York, 1893, vol. VI, p.164.
15 Cooper, J.F.: England, p.256.
16 Cooper, J.F.: Home as Found. Works of J. F. Cooper, vol. VI, pp.415 416. The Redskins. Works of JF. Cooper, vol. VI, p.501. The Monikins. Works of J. F. Cooper, vol. VII, p.343.
17 Cooper, J.F.: The Redskins. Works of J. F. Cooper, vol. VI, p.482. Carta a Horatio Greenough, Otsego Hall, Cooperstown, June 31/1 July?, 1838, J.F. Beard (ed.), The Letters and Journals of J. F. Cooper, vol. III, p.330.
18 Cooper, J.F.: Home as Found. Works of J .F. Cooper, vol. VI, p.8.
19 Cooper, J.F.: Op. cit., p.217.
20 Cooper, J.F.: The American Democrat, pp.155-156.