La Polémica de James Fenimore Cooper con la prensa norteamericana a principios del siglo XIX [James Fenimore Cooper’s Dispute with the American Press at the Beginning of the 19ᵗʰ Century]

Urbano Viñuela Angulo (Universidade de Oviedo, Spain)

Placed online at the request of the family of the late Prof. Dr. Urbano Viñuelo Angulo.

Originally published in Arbor (Science, Thought and Cultura), Madrid, Vol. CXIII, No. 443, November 1982.

[May be reproduced for instructional use by individuals or institutions; commercial use prohibited.]


La Declaración de Independencia, firmada el 4 de julio de 1776 por los representantes de las colonias británicas en el continente americano, es un compendio de las acusaciones más graves que la mala administración del rey y del Parlamento habían despertado entre los habitantes de dichas colonias, pero constituye al mismo tiempo un paso decisivo para la consecución de una independencia real, si bien este objetivo supuso para el pueblo norteamericano un largo camino en busca de su propia idiosincrasia e identidad nacional.

La victoria de las milicias de las colonias frente al ejército británico produjo un estado de euforia inicial, que pronto se vio eclipsado por la necesidad imperiosa de diseñar las bases de la nueva nación; esta tarea resultó especialmente ardua al no existir un punto de referencia válido, que marcase las pautas generales a seguir para la formulación y posterior puesta en práctica del ideal democrático anunciado por los más insignes miembros de las antiguas colonias. La aprobación de la Constitución supuso la división del orden político en tres grandes ramas o poderes, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, que se correspondían, respectivamente con el Gobierno, el Congreso y el Tribunal Supremo. A pesar de que las competencias de estos tres poderes parecían estar bien delimitadas en la Constitución, que establecía un sistema de control y equilibrio entre todos ellos, la realidad política diaria dejaba entrever serios peligros para el mantenimiento de este equilibrio ideal. La amenaza de que alguno de estos poderes acaparara un considerable número de funciones, que no perteneciera exactamente a su campo de acción, constitía una verdadera espada de Damocles que pendía amenazadora sobre el nuevo sistema político creado por el pueblo norteamericano.

Al mismo tiempo que tienen lugar todos estos acontecimientos en el escenario político norteamericano, surge una nueva fuerza que pronto se convertirá en el cuarto poder por la influencia tan enorme que ha de ejercer sobre los otros tres ya mencionados; nos referimos a la prensa. Durante el período colonial su influencia y su desarrollo se vieron obstaculizados por el control y la censura del gobierno británico, pero el establecimiento del sistema democrático abrió a la prensa unos horizontes prácticamente ilimitados.

Sin embargo, la función de la prensa en los albores de la democracia norteamericana no reviste un carácter extremadamente importante y mucho menos amenazador, como ha de suceder posteriormente. Durante estos años iniciales la figura heroica y patriarcal de George Washington aúna los esfuerzos nacionales, y los partidos políticos, a pesar de las divergencias existentes entre los partidarios de Thomas Jefferson y Alexander Hamilton, no adoptan una actitud radical en sus medidas políticas. Pero la razón fundamental que explica esta situación, en lo que a la prensa se refiere, reside principalmente en la ausencia de un interés y de una formación política entre los ciudadanos, circunstancia que se ve agravada por su escaso grado de educación y por la constante dispersión geográfica de la población.

No obstante, tras la victoria electoral de Andrew Jackson en 1828, que inicia el período conocido como democracia jacksoniana y, de forma especial, debido a la extensión del sufragio y a la participación más amplia del pueblo en las tareas políticas, la prensa adquirió mucha más influencia de la que había tenido hasta entonces. El público necesitaba más información y los periódicos dependían cada vez más de la opinión de sus lectores y de la ideología del partido que defendían. El número de publicaciones se vio incrementado muy sustancialmente, lo cual contribuyó al deficiente estado de la prensa en aquellos años.

Los peligros que entrañaba esta situación resultaron muy pronto evidentes para destacadas figuras de la política, la economía y la cultura norteamericana. Dentro de este último campo de la actividad nacional destaca la labor realizada por el novelista James Fenimore Cooper, cuya vida y extensa obra son un continuo esfuerzo por formar una conciencia individual y colectiva basada en una correcta interpretación de los principios constitucionales, que desterraría los crecientes síntomas de demagogia que, a su entender, amenazaban seriamente el funcionamiento e incluso la pervivencia del sistema democrático norteamericano. Ante este peligro Cooper no se limitó a criticar la actitud de determinados grupos políticos y sociales, sino que pasó a la acción, como veremos más adelante, al hablar de la denominada guerra contra la prensa. La actividad de J. F. Cooper, tanto literaria como personal, se puede dividir, en términos generales, en dos grandes apartados, siendo la línea divisoria el año 1828, fecha en que publica su obra Notions of the Americans.

A diferencia de lo que había de suceder posteriormente, Cooper, antes de la fecha anteriormente indicada, contemplaba a la prensa como un medio de información, que ofrecía con imparcialidad los hechos a sus lectores sin erradicar la libre expresión de sus ideas, que en ningún caso se excedían hasta tal punto que pudieran dañar los derechos de la persona; las críticas, en el caso de que fueran necesarias, siempre estaban orientadas a reportar un beneficio moral a la persona a la que iban dirigidas o a toda la comunidad. 1 Esta imagen es la constatación de un equilibrio de fuerzas e intereses, de la existencia de una meta deseable en una sociedad libre y democrática, pero este equilibrio no está exento de romperse, como el mismo Cooper había de comprobar en su propia persona años más tarde, cuando las famosas palabras de Thomas Jefferson sobre la libertad de prensa ya no podían ser repetidas con el mismo orgullo patriótico con el que habían sido pronunciadas por el ilustre presidente. 2

Uncle Ro, personaje de la novela The Redskins publicada por Cooper en 1846, y a través de él el mismo autor señala la diferencia que existe entre los comienzos de la democracia norteamericana y los años correspondientes a la democracia jacksoniana, en lo que se refiere a la honestidad de la prensa y de los hombres que la crean, tomando las palabras de Jefferson como punto de referencia.

“Jefferson dijo que si tuviera que elegir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin un gobierno, él optaría por lo último,” “Sí, pero Jefferson no se refería a los periódicos tal como están ahora. Tengo edad suficiente para apreciar el cambio que se ha producido. En su época, tres o cuatro mentiras apenas comprobadas hubieran causado un daño irreparable a cualquier director, pero hoy en día hay directores que se fundamentan (apoyan) en millares de ellas”. 3

La demagogia es la que ocupa ahora las páginas de los periódicos; este es el mayor de los males que tan poderoso instrumento puede extender entre el pueblo y el que provocó la reacción decidida de Cooper en defensa de la verdad, como principio general, y del respeto a su persona, del que no pensaba ni pensó en ningún momento declinar. La vehemencia con que hizo frente a los directores de algunos periódicos norteamericanos resulta fácilmente comprensible si tenemos en cuenta, por un lado, la dureza de las palabras y argumentos que aquéllos habían empleado contra él, y, por otro lado, su carácter y su condición de guardián de unas verdades y principios de vital importancia, a su entender, para el mantenimiento del orden y la evolución de la civilización en América.

Así como Cooper defendía la idea de que la prensa era siempre un buen medio para poder derrocar a los regímenes despóticos, no dejaba de contemplar con recelo su presencia en un sistema democrático, pues a libertad que podía traer en el primer caso, podía convertirse en una temible opresión en el segundo. La prensa era, en su opinión, un arma de doble filo, pues “la prensa, como el fuego, es un excelente criado, pero un terrible dueño”; 4 lo mismo podía ayudar a la comunidad, es decir, a la opinión pública, a alcanzar las cimas más altas que sus medios les permitieran, como sumirla en la mayor degradación imaginable.

A partir de Notions of the Americans Cooper ya no pudo tener palabras amables para los hombres que trabajaban y vivían de los periódicos, porque sus objetivos y los que él preconizaba eran, en la mayor parte de los casos, diametralmente opuestos. La prensa estaba, con gran frecuencia, en manos de los demagogos, por lo que fomentaba la vulgaridad, la ignorancia y la mediocridad en el pueblo, características que aquéllos habían contribuido a crear. Directores y periodistas, se veían obligados a buscar noticias y hechos cada vez más atrevidos para mantener e incluso aumentar el número de lectores.

Cooper satirizó esta actitud en la persona de S. Dodge, en sus novelas Homeward Bound (1838) y Home as Found (1838). Este hombre es el director del Active Inquirerer nombre intencionadamente satírico - quien se irrita cuando, en su desmedida actividad profesional, se encuentra con la oposición de la familia Effingham; para él la prensa no debe tener barreras de ningún tipo, puesto que su misión es informar a la opinión pública y nada puede ni debe ocultársele a este monstruo sagrado que él adora con verdadera veneración. S. Dodge encuentra la confirmación de sus ideas en las conversaciones que mantiene con Mrs. Abbot, centro y origen de noticias infundadas y calumnias constantes, quien, por cierto, es la mayor fuente de información para su periódico. El deseo de los Effingham de conservar el respeto a su intimidad y a su nombre es símbolo de aristocracia y distinción antidemocrática para aquellos dos representantes de la igualdad propagada por los autodenominados defensores del pueblo.

Asimismo, entre los últimos colonos que llegan a la isla paradisíaca fundada por Mark Woolston en The Crater, novela publicada por Cooper en 1847, se encuentran, además de varios representantes de distintas sectas religiosas, un abogado y un impresor. Ambos se dedicarán con denuedo a enseñar a los habitantes de aquellas tierras con el fin de sacarles de la ignorancia y la opresión a las que, a su juicio, habían vivido sometidos hasta aquel entonces. Para ello fundan un periódico al que llaman Crater Truth Teller, con lo que Cooper quiere poner en evidencia su crítica satírica, al igual que había hecho con el que dirigía S. Dogde en Home as Found. Tanto el abogado como el impresor son inmigrantes que nada conocen de las costumbres, tradiciones y principios por los que se regía aquella comunidad, pero su habilidad demagógica queda ampliamente confirmada por la manera en que van ganándose la voluntad del pueblo, evitando las observaciones que Mark, gobernador de la isla, hace a sus teorías, y compaginando lo verdadero con lo falso, para acabar consiguiendo sus objetivos originales.

Tanto en esta pequeña isla como en América los directores y periodistas deben su éxito no sólo a las características propias de los periódicos, cuya amplia difusión les permite influir y dirigir las opiniones de los lectores, sino principalmente al hecho de que, según Cooper, las noticias y argumentos impresos poseían una credibilidad superior a la de aquellos que eran transmitidos oralmente. En numerosas ocasiones los periódicos se alimentaban de rumores infundados que la opinión pública iba creando sucesivamente y que nadie se preocupaba de verificar, sino que, antes al contrario, la prensa se encargaba de afianzarlos, transformándolos, mediante la letra impresa, en verdades y hechos irrefutables.

Pero la veracidad de gran parte de los hechos y opiniones aparecidos en la prensa no tenían otro origen, según Cooper, que el de la pluma y la mente de los periodistas, circunstancia esta que no parecía tener en cuenta el público lector norteamericano. Las personas que elaboraban los periódicos no podían ser consideradas como totalmente exentas de los peligros y pasiones que despertaban el ansia de poder; los directores en especial veían en ellos un medio para conseguir sustanciales ingresos económicos y, al mismo tiempo, para defender sus, intereses, los de sus partidarios o los del partido al que pertenecieran. Por ello precisamente los periódicos no podían ser “orientadores de la opinión pública”. 5 El pueblo norteamericano había arrojado de sus tierras a los representantes de un gobierno despótico, pero había caído bajo el control de un tirano que era mucho más difícil de derrocar. La prensa estaba regida por miembros de su misma comunidad, hombres hábiles y conocedores de la debilidad de sus compatriotas, por lo que resultaba casi imposible para el ciudadano medio descubrir las verdaderas intenciones de sus publicaciones.

Además de la influencia que la prensa ejercía sobre la opinión de sus lectores y que, en términos generales, era negativa, Cooper encontraba otro hecho tanto o más preocupante: los periódicos eran para él el reflejo del desarrollo político, social y cultural que su pueblo había alcanzado, y los resultados que la prensa norteamericana arrojaba no eran precisamente halagüeños. La imagen que aparecía en este espejo democrático estaba muy lejos de corresponderse con los objetivos que la nación norteamericana se había marcado como meta; los periódicos ya no cumplían con una de sus misiones más importantes, que era la de educar. Cooper observaba a diario que el ideal al que debía ceñirse la prensa se encontraba cada vez más lejos de ser una realidad, pues la verdad y la imparcialidad, piedras angulares sobre las que debía fundarse toda información, eran deformadas o enmascaradas constantemente. A pesar de este sombrío panorama Cooper no deja de enumerar las cualidades que debe reunir la prensa para conseguir una imagen que le permita desarrollar su labor adecuadamente: “La prensa debe de mostrar más lógica, más conocimiento de la ley y de los hechos, y más amor a la verdad”. 6

El deseo de ver cumplidos estos objetivos fue uno de los motivos que le llevaron a un enfrentamiento personal con algunos representantes de la prensa de su país. El distanciamiento entre Cooper y sus compatriotas, que había ido creciendo durante la década de 1830, fomentó un malentendido progresivo que tuvo su desenlace más inmediato en dicho enfrentamiento, en el que se resumía el antagonismo irreconciliable de dos filosofías opuestas. En esta disputa se distinguen dos etapas íntimamente relacionadas; la primera de ellas tiene un marcado color local y está representada por la controversia del “Three Mile Point”, en la segunda Cooper defiende el derecho a su intimidad y, por extensión, la necesidad de controlar el uso indebido que de la libertad de expresión hacían en aquellos días directores de periódicos y periodistas.

“Three Mile Point” era una pequeña parcela situada en la orilla oeste del lago Otsego, a unas tres millas de Cooperstown, y era uno de los pocos terrenos que William Cooper, padre del novelista, no había vendido a los colonos. Mientras aquél vivió nadie puso en tela de juicio sus derechos de posesión, sobre todo porque era un terreno abierto a todos los habitantes de la villa. A su muerte el juez Cooper expresó en su testamento su voluntad de dejar “Three Mile Point” a todos sus descendientes hasta el año 1850, fecha en que sería heredado por el miembro más joven de la familia. Los habitantes de Cooperstown siguieron haciendo uso de este terreno y poco a poco se fue extendiendo la idea de que era un lugar público que William Cooper, en su magnanimidad, había otorgado a sus conciudadanos.

En 1837 Fenimore Cooper decidió reivindicar los derechos de su familia y en especial los del futuro heredero. El 22 de julio de ese mismo año publicó una nota en el Freeman’s Journal de Cooperstown en la que, como representante de la familia, recordaba al público que éste no poseía, ni había poseído nunca, derecho alguno sobre aquella parcela.

El descontento fue general y la reacción inmediata. Un grupo de ciudadanos se reunión para dar a conocer sus decisiones a Cooper, entre las que destacan su insistencia en el carácter público del terreno en disputa, el malestar general originado por su conducta y la retirada de sus libros de la biblioteca de la villa (incluso se llegó a sugerir la idea de quemarlos). Los periódicos pronto se hicieron eco de este sentir popular, en especial la prensa del partido “Whig”. El Otsego Republican de Cooperstown, el Chenango Telegraph de Norwich y el Oneida Whig de Utica tomaron a su cargo la defensa de unos ciudadanos privados, a su entender, de unos derechos populares. La guerra con la prensa había comenzado. Cooper insistió en sus reclamaciones en sendas cartas publicadas en el Freeman’s Journal, mientras que su sobrino Richard Cooper, abogado, amenazaba judicialmente a Andrew Barber, director del Otsego Republican. En septiembre de 1837 Fenimore Cooper iniciaba su juicio contra Barber y contra Elius Pellet, director del Chenango Telegraph.

Más allá de los simples hechos históricos están los motivos que dieron lugar a esta disputa. En primer lugar éstos no fueron de carácter económico, dado que el reducido tamaño de la parcela impedía su explotación y lo convertía en lugar de recreo, aspecto de singular importancia para las dos partes en contienda dadas las privilegiadas características del terreno. Hay también un marcado carácter sentimental en la actitud de Cooper, debido a sus recuerdos de infancia y juventud unidos al lugar. Es, asimismo, una cuestión de orgullo, un deseo de resucitar la posición económica y social de que había disfrutado su padre. Es, finalmente, una lucha de principios, y éste es, a mi entender, el punto esencial: el enfrentamiento entre la propiedad y el usufructo comunal; Cooper, por su parte, se siente obligado a defender su derecho individual a la propiedad, mientras que la mayoría quiere hacer valer unos derechos basados en la idea de libertad de la nueva democracia.

La aparición en 1838 de Home as Found agudizó los ataques de la prensa. No se trataba solamente de que Cooper hubiera incluido en esta novela la polémica del “Three Mile Point”, sino que la figura de S. Dodge como arquetipo de periodista despertó la ira de las personas que tenían tal actividad por profesión. Cooper había criticado los defectos y errores allí donde los había encontrado, sin distinción de partidos, clases sociales o personas, pero los comentarios más duros fueron los que dirigió contra la prensa, cuya excesiva libertad conducía a una irresponsabilidad profesional que amenazaba las bases de la sociedad y la intimidad de la persona.

La prensa, ahora, atacó duramente, no sólo las pretensiones familiares de Cooper, sino su carácter y su historia personal. James Watson Webb, director del Morning Courier and New York Enquirer, tuvo que comparecer reiteradamente ante los tribunales por levantar graves infundios sobre la persona de Fenimore Cooper. William Leete Stone, del New York Commercial Advertiser, y Park Benjamin también respondieron judicialmente por sus insultantes comentarios. Thurlow Weed, director del Evening Journal, lanzó todo tipo de críticas contra Cooper, que iban apareciendo en diversas publicaciones; Weed quería medir hasta dónde llegaba la libertad de expresión en Norteamérica, o si dicha libertad podía ser coartada por la intervención de un simple ciudadano. Pero Weed había cometido un error al subestimar la fuerza de su oponente; los juicios iniciados por Cooper contra él se sucedieron casi sin interrupción; las sucesivas derrotas traían consigo nuevas pérdidas económicas, y en 1842 Weed decidió terminar la polémica al retractarse en una nota de prensa de todas las ofensas que había proferido contra Cooper.

El autor, finalmente, había demostrado que los pies del ídolo eran de barro y que si bien no era necesario ni conveniente destruirlo, sí era posible controlarlo en beneficio de la comunidad y de sus componentes. Todos sus esfuerzos habían tenido, pues, una meta muy concreta: sentar un precedente que sirviera a la vez como escarmiento para los directores de los periódicos, obligándoles a responsabilizarse de sus escritos, y como guía para quienes, como él, no estaban dispuestos a tolerar que esa situación se prolongara por más tiempo. Cooper comprendía lo limitado de su esfuerzo, teniendo en cuenta el considerable daño personal que se estaba haciendo a diario, pero confiaba en que la depuración final, la victoria de una prensa responsable y positiva, había de llegar tarde o temprano, pues el sentido común de la colectividad tenía que acabar recabando el respeto a ella debido como fundamento y juez último de un sistema político y social de su propia creación.

Notas

1 J. F. Cooper, Notions of the Americans. Frederick Ungar Publishing Co., Nueva York, 1963, vol. 11, pp. 102 103.

2 En una carta dirigida a Edward Carrington desde París el 16 de enero de 1787, Jefferson manifiesta abiertamente su confianza en el pueblo y en su juicio prudente y sabio, y al final de la misma afirma: “... si tuviera que decidir, entre que tuviéramos un gobierno sin periódicos o periódicos sin un gobierno, no dudaría un momento en escoger lo último.” Edward Dumbauld (ed.), The Political Writings of Thomas Jefferson, Representative Selections, Bobbs Merrill, Nueva York, 1931, p. 94.

3 J. F. Cooper, The Redskins. Works of James Fenimore Cooper. Peter Fenelon Collier, Publisher, Nueva York, 1893, vol. VI, p. 525.

4 J. F. Cooper, Tbe American Democrat, introducción y notas por George Dekker y Larry Johnston, Penguin Books, Londres, 1969, p. 178.

5 Carta a William Branford Shubrick, Hall, Cooperstown, 25 de marzo de 1843. J. F. Beard, The Letters and Journals of J. F. Cooper, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1960 1968, vol. IV, p. 379.

6 Carta a Jedediah Hunt Jr., para The Tompkins Volunteer, Cooperstown, 28 de febrero de 1843. Op. cit., vol. IV, p. 371.